Cuando empezaron a dialogar no había precisión del tiempo. La tarde estaba situada en la periferia de una noche que tampoco llegaba.
Se hablaban al oído, iban bajando sus voces lenta y paulatinamente; casi se secreteaban. Las palabras se convirtieron en suspiros, en leves quejidos y al final llegaron gritos orgásmicos; corrió el sudor; y se expandió el silencio.
El teléfono humeaba. La comunicación había terminado. Entonces sí, ya era de noche.
sábado, 31 de marzo de 2007
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