sábado, 31 de marzo de 2007

EL TIEMPO

El hombre estaba sentado triste, abatido y sin fuerza. Nada se podía hacer. Su abogado había perdido toda esperanza de defenderlo de la acusación que le formularon.

Y sucedió que, mientras deambulaba por una calle sin nombre, se topó con un amigo de infancia, quien, al verlo, se sorprendió por el cambio que había padecido su organismo, a lo que éste con tristeza le contestó:
-"El tiempo, los años".

Para su sorpresa El Tiempo, que en ese momento pasaba por allí, lo oyó; se enojó y entabló una demanda millonaria por difamación e injuria. El hombre, que no tenía ni en qué caerse muerto, sacó un espejito del bolsillo de su camisa, se miró y comprendió que no podía apelar la sentencia.

No hay comentarios: