sábado, 31 de marzo de 2007

LA COMPARSA

Aunque lo miraban con aire de grandeza porque había llegado desde el extranjero, el señor estaba triste. Sentado sobre los contenes miraba hacia el infinito. Varios años atrás, antes de irse, fue un ferviente participante en disturbios callejeros; tiró piedras; no quedó una pared en toda la ciudad que no fuera saltada por él; ni un patio que no conociera sus pisadas. Nunca fue apresado.

Él, Fellito micromitin, desconoció el miedo hasta aquel día en que por fin lo detuvieron y ni siquiera pudo ver a sus captores. Esa vez quien lo apresó fue un desesperante delirio de persecusión que lo espantaba de cualquier movimiento que registraran sus sentidos. Estando a solas se sentía acorralado, y rebozado de un pánico inexplicable se desgaritó para salvar su pellejo.

Regresó de su autoexilio cargando la fe inalterable a sus convicciones ideológicas. Hubiera parecido un ciudadano común, que nunca había viajado y que no conocía el aeropuerto de no haber sido por el color de su piel, detalle detectado con facilidad por la gente del pueblo.

Encontró a los jóvenes alcoholizados en las esquinas. Fiestas por doquiera, y desesperado, convocó al pueblo a una gran manifestación, para la mañana del domingo siguiente, pero a la hora convenida, sólo él había llegado.

Miró con fijeza el horizonte, se puso unas anteojeras y con la vista fija en el frente se propuso manifestarse sin mirar atrás. Levantó su pancarta y empezó a vociferar consignas en contra del gobierno mientras caminaba.

A Fellito nadie le contestaba. No se oía detrás de él una sola voz que le hiciera coro. Pero no le importaba, seguía impertérrito. Tampoco se percató de la sonrisa que le brindaron dos muchachitos que jugaban fu-fú, quienes fueron los primeros en unírsele, mucho menos sintió a las marchantas, y los buhoneros, los quinieleros que venían detrás de él apoyándolo.

La manifestación era descomunal, las calles se hacían estrechas para tanta gente, pero Fellito ignoraba cuan grande era la misma, aunque oía el bullicio ensordecedor que lo seguía. Se dirigió a una sabana situada en la parte alta de la ciudad donde estaba el monumento a los héroes. Con ellos quería estar. Allá, otra muchedumbre lo esperaba y lo aclamaba con júbilo.

Lo subieron a la tarima, le entregaron un micrófono. Se sorprendió al ver la multitud y comprendió que su delirio de persecución había desaparecido por completo. Tuvo que esperar una eternidad hasta que la ovación cesara y entonces, demasiado ronco sólo pudo decir: "¡Abajo el gobierno!."
Policías, civiles, plataneros, militares, marchantas, todos aplaudieron y aclamaron con sus puños bien cerrados.

Un señor, que portaba la llave de la ciudad y un cheque, se paró frente a Fellito micromitin y le dijo:
-“La suya por ser la más original, ha sido la comparsa ganadora.”

Fellito lloró. Ya era otro tiempo.

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