lunes, 7 de mayo de 2007

ÁNGEL

A las víctimas de las Torres Gemelas

Ángel llegó a las edificaciones. Subió contento, con paquetes en las manos, donde llevaba la comida y el uniforme que acababan de entregrarle.

Después de ponérselo, se sentó en un rincón a continuar su alegría mientras llegaba la hora de empezar. Ya tenía trabajo.

Recordó sinsabores. Gritos de sus hijos reclamando alimentos; toques del casero a la puerta de su apartamento; todos los servicios estaban amenazados con ser cancelados pero el día anterior, consiguió trabajo por el que le ofrecieron un salario que él consideró muy bueno.

Brotaron lágrimas de felicidad, levantó la vista; se aproximó a la ventana y fue cuando cayó en la cuenta de que había subido muy alto en aquel monstruoso edificio, desde donde casi nada se veía hacia abajo. Sólo hormiguitas humanas podía distinguir que se movían en lo más profundo.
-Esto es alto. –murmuró- Estoy cerca del cielo. Mejor, así estoy más cerca de Dios.

Cuando la hora de empezar su labor se aproximaba, oyó una sórdida explosión, que sacudió todo el edificio. Ángel, temeroso, se acercó de nuevo a la ventana y las hormiguitas humanas se alejaban espantadas; oyó ecos de sirenas lejanas, y vio luces intermitentes y un humo espeso que crecía en la parte de abajo.

Dejó de reir, aunque creía que estaba cerca del cielo, comprendió que el infierno lo tenía a sus pies, muy cerca; ya sentía el calor que aumentaba alarmantemente.

Dedujo que tenía pocos minutos de vida, talvez segundos y los distribuyó rápidamente; pensó en sus hijos con menos esperanzas de comer; pensó en el casero desalojando a su familia. Miró su uniforme nuevo que no llegaría a usar. Gritos desesperados en los ventanales; El cielo estaba más arriba, pero el infierno se le acercaba desde abajo. Hacía un calor insoportable; se estaba asfixiando; le ardían los ojos. Miró hacia arriba. Aunque Ángel no podía volar se lanzó al espacio, huyéndole al infierno y tratando de alcanzar el cielo. Se durmió en el aire. Jamás supo cuando cayó.

sábado, 31 de marzo de 2007

AQUELLA TARDE

A Sagrario Ercira Díaz Santiago.

Estaba alegre... decidida. Sus cuadernos envejecidos le besaban las manos sudorosas. Ella se elevaba medio a medio; medía los paralelos, los meridianos, los trópicos. Podía girar en todos los ángulos y observar la injusticia. Era una flor sembrada en el ecuador de la incomprensión.

Cuando los relojes marcaban un momento impreciso y la incertidumbre se apoderaba de todos los senderos, entonces llegaron ellos, a podar el jardín.

La flor estaba a la vista; la peor puntería podía acertarle al instante. Y en ese valle, rodeada de cordilleras de cuadernos, no podía escaparse.

Con los ojos cerrados, una chispa cruzó en la tiniebla de aquella tarde sorprendida; y por la frente, donde llevan los héroes la estrella y donde el genio guarda su inteligencia, la muerte entró en la flor sin tocar la puerta.

La clorofila roja cayó al suelo. Ojos desorbitados quebraron los párpados petrificados. Bocas mudas quedaron abiertas para siempre y manos sostuvieron mejillas incrédulas.

Cuerpos llorosos cargaron su naciente agonía, y un coro de llanto, sopló la muerte que le hurgaba la vida.

Un espantoso silencio se agigantó sin límites. El jardín de la esperanza quedó mortalmente herido. La bandera lanzó un grito desgarrador, seco, y se derrumbó mareada hasta la cintura del asta.

Aquella tarde, la flor conoció el verbo cercenar. Los podadores, jamás pudieron conjugar la barbarie.

EL TIEMPO

El hombre estaba sentado triste, abatido y sin fuerza. Nada se podía hacer. Su abogado había perdido toda esperanza de defenderlo de la acusación que le formularon.

Y sucedió que, mientras deambulaba por una calle sin nombre, se topó con un amigo de infancia, quien, al verlo, se sorprendió por el cambio que había padecido su organismo, a lo que éste con tristeza le contestó:
-"El tiempo, los años".

Para su sorpresa El Tiempo, que en ese momento pasaba por allí, lo oyó; se enojó y entabló una demanda millonaria por difamación e injuria. El hombre, que no tenía ni en qué caerse muerto, sacó un espejito del bolsillo de su camisa, se miró y comprendió que no podía apelar la sentencia.

A UNA GOTA

No te vi cuando caías, pero sentí tu contacto sobre la piel de mi mano. Estabas húmeda, cristalina, limpia.

Ella cantaba dentro del baño; cesó el ruido del agua que caía y el sonido de la toalla te lanzó por las persianas, para que vinieras a mi mano, a posar tu destino.

A través de tu cuerpo redondo, puedo ver mis poros aumentados de tamaño como si tú fueras una lente, pero las lentes no se ríen, permanecen rígidas. ¿Por qué estás tan adherida a mí y casi te deformas sin despegarte?

El tiempo pasa; dime pronto. Significas mucho en mi vida. Tú estabas sola con ella, a puerta cerrada; tuviste el privilegio de recorrer su cuerpo mojado, mientras ella cerraba los ojos para bloquear el posible residuo de una lavaza circundante. La contemplaste libremente. La tocaste. ¡Qué dichosa eres! Háblame antes de evaporarte, ya no queda mucho tiempo.

Sé que es inútil y no voy a insistir. Pero te voy a absorber, te voy a tragar antes que desaparezcas gotita discreta; así llevaré dentro algo de esa mujer que me obsesiona.

EL MUDO

Había sido un día muy agitado. Las movilizaciones habían terminado. Un extenso reguero de basura bailaba sobre el costado de la calle silenciosa. La goma de un carro, vieja y en desuso, ardía en la esquina.

Nadie quería salir...

Al fondo emergió la figura desafiante de una señora que, con las manos sobre la cabeza y gritando amargamente, se atrevió a cruzar la calle, y fabricar una escena muy conmovedora.

Su llanto renunciaba a salir. La furia y la indignación la dominaban.
–“Yo quisiera que un desgraciado se cruzara en mi camino." -Rugía.

Los vecinos miraban la mujer que caminaba sin temerle a nada. Sus viejas chancletas golpeaban los talones de sus pies, levantando minúsculos conos de polvo casi imperceptibles

Nadie se atrevía a preguntarle nada, pero ella, en tono enérgico y para que todos se enteraran vociferó, sin detenerse ni cambiar el rumbo de su vista:
- "¡Esto es lo último! La policía se me llevó al mudo preso porque dizque lo encontraron hablando de política. Usted sabe qué vagabundería es ésta."

EL PRIMO

Al encontrarla sentía miedo, un miedo frío, a su mirada negra y agresiva; a su abrazo cronometrado con un: “Hola mi primo querido” escapado de su sensual tono de voz. Sí, algo me turbaba.

Se quedaba a mi lado muy sonriente, ofreciéndome el calor de su cuerpo magnético. Sentía su aliento, lo conocía, era casi mío. Yo miraba mi rostro perturbado, en el espejo diáfano de su dentadura perfecta y me peinaba en su sonrisa.

Ella era la propietaria legal de un delgado cuerpo, de piel limpia y oscura decorado con una extensa cabellera lacia.

En la escuela, en la guagua, en la galería, siempre a mi lado.

Ahora al verme, se quedó erguida sobre la calzada de concreto; no corrió a abrazarme; no pudo hablar. Sus manos desgreñaron aquel bello pelo lacio que se había erizado. Su mirada hacia mí fue fulgurante y yo bajé la cara en silencio.

Seguí mi camino mirando la calzada. Ahora a mi lado, que fue siempre su lado, venía mi esposa y yo ya no era "su primo querido".

LA PIERNA

Cuando la noche tenía un silencio de sueño, ella me esperaba detrás de la puerta entreabierta. Llegué. El espacio entre nosotros era muy pequeño y el tiempo de que disponía para mirarla, también.

En un segundo y tres cuartos no pude ver mucho; una bata clara que fingía cubrirla y una pierna desnuda que bloqueaba la entrada. Miré aquella extremidad fijamente y me olvidé del resto. Ella se deleitó mirándome absorto.

Regresé muy apenado. Pensaba en lo triste que quedó la otra pierna que se perdió de mi contemplación.
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