sábado, 31 de marzo de 2007

EL PRIMO

Al encontrarla sentía miedo, un miedo frío, a su mirada negra y agresiva; a su abrazo cronometrado con un: “Hola mi primo querido” escapado de su sensual tono de voz. Sí, algo me turbaba.

Se quedaba a mi lado muy sonriente, ofreciéndome el calor de su cuerpo magnético. Sentía su aliento, lo conocía, era casi mío. Yo miraba mi rostro perturbado, en el espejo diáfano de su dentadura perfecta y me peinaba en su sonrisa.

Ella era la propietaria legal de un delgado cuerpo, de piel limpia y oscura decorado con una extensa cabellera lacia.

En la escuela, en la guagua, en la galería, siempre a mi lado.

Ahora al verme, se quedó erguida sobre la calzada de concreto; no corrió a abrazarme; no pudo hablar. Sus manos desgreñaron aquel bello pelo lacio que se había erizado. Su mirada hacia mí fue fulgurante y yo bajé la cara en silencio.

Seguí mi camino mirando la calzada. Ahora a mi lado, que fue siempre su lado, venía mi esposa y yo ya no era "su primo querido".

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